martes, 1 de noviembre de 2011

Las manos que crecen, Julio Cortazar.

Leyendo un cuento de una escritora amiga que hablaba de unas manos, recordé este cuento de Cortazar y me pareció buena idea compartirlo. Es una más de las tantas genialidades de este maestro.


Las manos que crecen

Él no había provocado. Cuando Cary dijo: «Eres un cobarde, un canalla, y además un mal poeta», las palabras decidieron el curso de las acciones, tal como suele ocurrir en esta vida.
Plack avanzó dos pasos hacia Cary y empezó a pegarle. Estaba bien seguro de que Cary le respondía con igual violencia, pero no sentía nada. Tan sólo sus manos que, a una velocidad prodigiosa, rematando el lanzar fulminante de los brazos, iban a dar en la nariz, en los ojos, en la boca, en las orejas, en el cuello, en el pecho, en los hombros de Cary.
Bien de frente, moviendo el torso con un balanceo rapidísimo, sin retroceder, Plack golpeaba. Sin retroceder, Plack golpeaba. Sus ojos medían de lleno la silueta del adversario. Pero aún mejor ubicaba sus propias manos; las veía bien cerradas, cumpliendo la tarea como pistones de automóvil, como cualquier cosa que cumpliera su tarea moviéndose al compás de un balanceo rapidísimo. Le pegaba a Cary, le seguía pegando, y cada vez que sus puños se hundían en una masa resbaladiza y caliente, que sin duda era la cara de Cary, él sentía el corazón lleno de júbilo.
Por fin bajó los brazos, los puso a descansar junto al cuerpo. Dijo:
—Ya tienes bastante, estúpido. Adiós.
Echó a caminar, saliendo de la sala de la Municipalidad, por el corredor que conducía lejanamente a la calle.
Plack estaba contento. Sus manos se habían portado bien. Las trajo hacia delante para admirarlas; le pareció que tanto golpear las había hinchado un poco. Sus manos se habían portado bien, qué demonios; nadie discutiría que él era capaz de boxear como cualquiera.
El corredor se extendía sumamente largo y desierto. ¿Por qué tardaba tanto en recorrerlo? Acaso el cansancio, pero se sentía liviano y sostenido por las manos invisibles de la satisfacción física. Las manos de la satisfacción física. ¿Las manos...? No existía en el mundo mano comparable a sus manos; probablemente tampoco las había tan hinchadas por el esfuerzo. Volvió a mirarlas, hamacándose como bielas o niñas en vacaciones; las sintió profundamente suyas, atadas a su ser por razones más hondas que la conexión de las muñecas. Sus dulces, sus espléndidas manos vencedoras.
Silbaba, marcando el compás con la marcha por el interminable pasillo. Todavía quedaba una gran distancia para alcanzar la puerta de salida. Pero qué importaba después de todo. En casa de Emilio se comía tarde, aunque en verdad él no iría a almorzar a casa de Emilio sino al departamento de Margie. Almorzaría con Margie, por el solo placer de decirle palabras cariñosas, y tornaría luego a cumplir la jornada vespertina. Mucho trabajo, en la Municipalidad. No bastaban todas las manos para cubrir la tarea. Las manos... Pero las suyas sí que habían estado atareadas rato antes. Pegar y pegar, vindicadoras; quizá por eso le pesaban ahora tanto. Y la calle estaba lejos, y era mediodía.
La luz de la puerta empezaba a agitarse en la atmósfera visual de Plack. Dejó de silbar; dijo: «Bliblug, bliblug, bliblug». Lindo, habla sin motivo, sin significado. Entonces fue cuando sintió que algo le arrastraba por el suelo. Algo que era más que algo; cosas suyas estaban arrastrando por el suelo.
Miró hacia abajo y vio que los dedos de sus manos arrastraban por el suelo.
Los dedos de sus manos arrastraban por el suelo. Diez sensaciones incidían en el cerebro de Plack con la colérica enunciación de las novedades repentinas. Él no lo quería creer pero era cierto. Sus manos parecían orejas de elefante africano. Gigantescas pantallas de carne arrastrando por el suelo.
A pesar del horror le dio una risa histérica. Sentía cosquillas en el dorso de los dedos; cada juntura de las baldosas le pasaba como un papel de esmeril por la piel. Quiso levantar una mano pero no pudo con ella. Cada mano debía pesar cerca de cincuenta kilos. Ni siquiera logró cerrarlas. Al imaginar los puños que habrían formado se sacudió de risa. ¡Qué manoplas! Volver junto a Cary, sigiloso y con los puños como tambores de petróleo, tender en su dirección uno de los tambores, desenrollándolo lentamente, dejando asomar las falanges, las uñas, meter a Cary dentro de la mano izquierda, sobre la palma, cubrir la palma de la mano izquierda con la palma de la mano derecha y frotar suavemente las manos, haciendo girar a Cary de un extremo a otro, como un pedazo de masa de tallarines, igual que Margie los jueves a mediodía. Hacerlo girar, silbando canciones alegres, hasta dejar a Cary más molido que una galletita vieja.
Plack alcanzaba ahora la salida. Apenas podía moverse, arrastrando las manos por el suelo. A cada irregularidad del embaldosado sentía el erizamiento furioso de sus nervios. Empezó a maldecir en voz baja, le pareció que todo se tornaba rojo, pero en algo influían los cristales de la puerta.
El problema capital era abrir la condenada puerta. Plack lo resolvió soltándole una patada y metiendo el cuerpo cuando la hoja batió hacia afuera. Con todo, las manos no le pasaban por la abertura. Poniéndose de costado quiso hacer pasar primero la mano derecha, luego la otra. No pudo hacer pasar ninguna de las dos. Pensó: «Dejarlas aquí». Lo pensó como si fuese posible, seriamente.
—Absurdo —murmuró, pero la palabra era ya como una caja vacía.
Trató de serenarse, y se dejó caer a la turca delante de la puerta; las manos le quedaron como dormidas junto a los minúsculos pies cruzados. Plack las miró atentamente; fuera del aumento no habían cambiado. La verruga del pulgar derecho, excepción hecha de que su tamaño era ahora el de un reloj despertador, mantenía el mismo bello color azul maradriático. El corte de las uñas persistía en su prolijidad (Margie). Plack respiró profundamente, técnica para serenarse; el asunto era serio. Muy serio. Lo bastante como para enloquecer a cualquiera que le ocurriese. Pero conseguía sentir de veras lo que su inteligencia le señalaba. Serio, asunto serio y grave; y sonreía al decirlo, como en un sueño. De pronto se dio cuenta de que la puerta tenía dos hojas. Enderezándose, aplicó una patada a la segunda hoja y puso la mano izquierda como tranca. Despacio, calculando con cuidado las distancias, hizo pasar poco a poco las dos manos a la calle. Se sentía aliviado, casi feliz. Lo importante ahora era irse a la esquina y tomar en seguida un ómnibus.
En la plaza las gentes lo contemplaron con horror y asombro. Plack no se afligía; mucho más raro hubiese sido que no lo contemplasen. Hizo con la cabeza, un violento gesto al conductor de un ómnibus para que detuviera el vehículo en la misma esquina. Quería trepar a él, pero sus manos pesaban demasiado y se agotó al primer esfuerzo. Retrocedió, bajo la avalancha de agudos gritos que surgían del interior del ómnibus, donde las ancianas sentadas del lado de la acera acababan de desvanecerse en serie.
Plack seguía en la calle, mirándose las manos que se le estaban llenando de basuras, de pequeñas pajas y piedrecitas de la vereda. Mala suerte con el ómnibus. ¿Acaso el tranvía...?
El tranvía se detuvo, y los pasajeros exhalaron horrendos gritos al advertir aquellas manos arrastradas en el suelo y a Plack en medio de ellas, pequeñito y pálido. Los hombres estimularon histéricamente al conductor para que arrancara sin esperar. Plack no pudo subir.
—Tomaré un taxi —murmuró, empezando lentamente a desesperarse.
Abundaban los taxis. Llamó a uno, amarillo. El taxi se detuvo como sin ganas. Había un negro en el volante.
—¡Praderas verdes! —balbuceó el negro—. ¡Qué manos!
—Abre la portezuela, bájate, tómame la mano izquierda, súbela, tómame la mano derecha, súbela, empújame para entrar en el coche, más despacio, así está bien. Ahora llévame a la calle Doce, número cuarenta setenta y cinco, y después vete al mismo infierno, negro de todos los diablos.
—¡Praderas verdes! —dijo el conductor, ya tornado al tradicional color ceniza—. ¿Seguro que esas manos son las suyas, señor?
Plack gemía en su asiento. Apenas había sitio para él: las manos ocupaban todo el piso, se desbordaban sobre el asiento. Empezaba a refrescar y Plack estornudó. Quiso instintivamente taparse la nariz con una mano y por poco se arranca el brazo. Se dejó estar, abúlico, vencido, casi feliz. Las manos le descansaban sucias y macizas en el suelo del taxi. De la verruga, golpeada contra una columna de alumbrado, brotaban algunas gordas gotas de sangre.
—Iré a casa de un médico —dijo Plack—. No puedo entrar así en casa de Margie. Por Dios, no puedo; le ocuparía todo el departamento. Iré a ver un médico; me aconsejará la amputación, yo aceptaré, es la única manera. Tengo hambre, tengo sueño.
Golpeó con la frente el cristal delantero.
—Llévame a la calle Cincuenta, número cuarenta y ocho cincuenta y seis. Consultorio del doctor September.
Después se puso tan contento ante la idea que acababa de ocurrírsele que llegó a sentir el impulso de restregarse las manos de gusto; las movió pesadamente, las dejó estar.
El negro le subió las manos hasta el consultorio del doctor. Hubo una espantosa corrida en la sala de espera cuando Plack apareció, caminando detrás de sus manos que el negro sostenía por los pulgares, sudando a mares y gimiendo.
—Llévame hasta ese sillón; así, está bien. Mete la mano en el bolsillo del saco. Tu mano, imbécil: en el bolsillo del saco; no, ése no, el otro. Más adentro, criatura, así. Saca el rollo de dinero, aparta un dólar, guárdate el vuelto y adiós.
Se desahogaba en el servicial negro, sin saber el porqué de su enojo. Una cuestión racial, acaso, claro está que sin porqués.
Ya dos enfermeras presentaban sus sonrisas veladamente pánicas para que Plack apoyara en ellas las manos. Lo arrastraron trabajosamente hasta el interior del consultorio. El doctor September era un individuo con una redonda cara de mariposa en bancarrota; vino a estrechar la mano de Plack, advirtió que el asunto demandaría ciertas forzadas evoluciones, permutó el apretón por una sonrisa.
—¿Qué lo trae por aquí, amigo Plack?
Plack lo miró con lástima.
—Nada —repuso, displicente—. Me duele el árbol genealógico. ¿Pero no ve mis manos, pedazo de facultativo?
—¡Oh, oh! —admitía September—. ¡Oh, oh, oh!
Se puso de rodillas y estuvo palpando la mano izquierda de Plack. Daba la impresión de sentirse bastante preocupado. Se puso a hacer preguntas, las habituales, que sonaban extrañamente ahora que se aplicaban al asombroso fenómeno.
—Muy raro —resumió con aire convencido—. Sumamente extraño, Plack.
—¿A usted le parece?
—Sí, es el caso más raro de mi carrera. Naturalmente, usted me permitirá tomar algunas fotografías para el museo de rarezas de Pensilvania, ¿no es cierto? Además tengo un cuñado que trabaja en The Shout, un diario silencioso y reservado. El pobre Korinkus anda bastante arruinado; me gustaría hacer algo por él. Un reportaje al hombre de las manos... digamos, de las manos extralimitadas, sería el triunfo para Korinkus. Le concederemos esa primicia, ¿no es verdad? Lo podríamos traer aquí esta misma noche.
Plack escupió con rabia. Le temblaba todo el cuerpo.
—No, no soy carne de circo —dijo oscuramente—. He venido tan sólo a que me ampute esto. Ahora mismo, entiéndalo. Pagaré lo que sea, tengo un seguro que cubre estos gastos. Por otra parte están mis amigos, que responden por mí; en cuanto sepan lo que me pasa vendrán como un solo hombre a estrecharme la... Bueno, ellos vendrán.
—Usted dispone, mi querido amigo —el doctor September miraba su reloj pulsera—. Son las tres de la tarde (y Plack se sobresaltó porque no creía que hubiese transcurrido tanto tiempo). Si lo opero ya, le tocará pasar el peor rato por la noche. ¿Esperamos a mañana? Entretanto, Korinkus...
—El peor rato lo estoy pasando ahora —dijo Plack y se llevó mentalmente las manos a la cabeza—. Opéreme, doctor, por Dios. Opéreme... ¡Le digo que me opere! ¡¡Opéreme, hombre..., no sea criminal!!... ¡¡Comprenda lo que sufro!! ¿¿Nunca le crecieron las manos, a usted..?? ¡¡¡Pues a mí, sí!!! ¡¡¡Ahí tiene...; a mí, sí!!!
Lloraba, y las lágrimas le caían impunemente por la cara y goteaban hasta perderse en las grandes arrugas de las palmas de sus manos, que descansaban boca arriba en el suelo, con el dorso en las baldosas heladas.
El doctor September estaba ahora rodeado de un diligente cuerpo de enfermeras a cuál más linda. Entre todas sentaron a Plack en un taburete y le pusieron las manos sobre una mesa de mármol. Hervían fuegos, olores fuertes se confundían en el aire. Relumbrar de aceros, de órdenes. El doctor September, enfundado en siete metros de género blanco; y lo único vivo que había en él eran sus ojos. Plack empezó a pensar en el momento terrible de la vuelta a la vida, después de la anestesia.
Lo acostaron dulcemente, de manera que las manos quedaran sobre la mesa de mármol donde se llevaría a cabo el sacrificio. El doctor September se acercó, riendo por debajo de la mascarilla.
—Korinkus vendrá a sacar fotos —dijo—. Oiga, Plack, esto es fácil. Piense en cosas alegres y su corazón no sufrirá. ¿Se despidió de sus manos? Cuando despierte... ya no estarán con usted.
Plack hizo un gesto tímido. Empezó a mirarse las manos, primero una y después otra. «Adiós, muchachitas», pensó. «Cuando estéis en el acuario de formol que os destinarán especialmente, pensad en mí. Pensad en Margie que os besaba. Pensad en Mitt cuyo pelaje acariciabais. Os perdono la mala pasada, en homenaje a la paliza que le disteis a Cary, a ese vanidoso insolente...
Habían acercado algodones a su rostro y Plack estaba empezando a sentir un olor dulce y poco agradable. Intentó una protesta pero September hizo una suave señal negativa. Entonces Plack se calló. Era mejor dejar que lo durmieran, entretenerse pensando cosas alegres. Por ejemplo, la pelea con Cary. Él no había provocado. Cuando Cary dijo: «Eres un cobarde, un canalla, y además un mal poeta», las palabras decidieron el curso de las acciones, tal como suele ocurrir en esta vida. Plack avanzó dos pasos hacia Cary y empezó a pegarle. Estaba bien seguro de que Cary le respondía con igual violencia, pero no sentía nada. Tan sólo sus manos que, a una velocidad prodigiosa, rematando el lanzarse fulminante de los brazos, iban a dar en la nariz, en los ojos, en la boca, en las orejas, en el cuello, en el pecho, en los hombros de Cary.
Lentamente, tornaba a sí mismo. Al abrir los ojos, la primera imagen que se coló en ellos fue la de Cary. Un Cary muy pálido e inquieto, que se inclinaba balbuceante sobre él.
—¡Dios mío..! Plack, viejo... Jamás pensé que iba a ocurrir una cosa así...
Plack no comprendió. ¿Cary, allí? Pensó; acaso el doctor September, en previsión de una posible gravedad posoperatoria, había avisado a los amigos. Porque, además de Cary, veía él ahora los rostros de otros empleados de la Municipalidad que se agrupaban en torno a su cuerpo tendido.
—¿Cómo estás, Plack? —preguntaba Cary, con voz estrangulada—. ¿Te... te sientes mejor?
Entonces, de manera fulminante, Plack comprendió la verdad. ¡Había soñado! ¡Había soñado! «Cary me acertó un golpe en la mandíbula, desmayándome; en mi desmayo he soñado ese horror de las manos...».
Lanzó una aguda carcajada de alivio. Una, dos, muchas carcajadas. Sus amigos lo contemplaban, con rostros todavía ansiosos y asustados.
—¡Oh, gran imbécil! —apostrofó Plack, mirando a Cary con ojos brillantes—. ¡Me venciste, pero espera a que me reponga un poco..., te voy a dar una paliza que te tendrá un año en cama...!
Alzó los brazos para dar fe de sus palabras con un gesto concluyente. Entonces sus ojos vieron los muñones.

viernes, 16 de septiembre de 2011

Extraño Modo, de mi Autoria.

Hoy voy a compartir un cuento de mi autoria para dar festejo a las 1000 visitas a este blog y hay dos cosas que me resulta extrañas, o mejor dicho tres, en esto. Uno, la extrema cortesía de mi ignorancia. Dos, festejar un simple numero estático. Y tres, lo  vanidoso del hecho, teniendo en cuenta mi baja autoestima.

El cuento es muy simple, podrán ver: un encuentro casual, el posterior desencuentro, el deseo de volver a verla y al final bla bla bla bla... Una PAPA. Espero que les guste esta pequeña historia de amor.


Extraño modo

Aquel viernes, sin entender aún por qué era viernes o sin siquiera creerlo, di con lo cierto, es viernes dije, y corrí... Eran las dos en punto de la madrugada y sin detenerme, sin pausas, sin descanso ni desventuras, volteé en una esquina cualquiera, una de esas oscuras, zurda esquina militante de la soledad, procuradora del hostil miedo de lo oculto, y allí, debajo del rocío que bañaba a un sinfín de pequeñas avionetas que se atiborraban a un tenue farol, dispuestas a traspasar de un golpe el cálido vidrio de la no libertad, justo allí, estaba ella. Feliz como turista en una ciudad que aún no existe y espera el rescate, las medallas, el eterno recuerdo de un sueño bien soñado. Pasé por su lado, justo entonces imaginé retroceder y pasar por su lado nuevamente, para volver a hurgar por debajo de su perfume comprado y oler su piel, desde adentro, desde más abajo. Dos pasos después, dos o tres tal vez, uno no, cuatro demasiado. Dos pasos, los suspiros como la agitación de mis dedos, incontables. Giré. Rápido. Bruto. No había escapatoria al impulso de decir algo que hiciera que me mirara, algo que se pudiera llevar de esa ciudad-esquina al mundo de las corbatas de seda. Disculpe ¿sabe que día es hoy? Rápido. Torpe. Me miró sorprendida y dijo, creo que es viernes. Sonreí, eso era ella, un sueño de viernes por la noche en una noche que no se parecía del todo a esa noche.

Al día siguiente de no recuerdo qué día pasado y viviendo de ese extraño modo de no entender de días, siempre tarde, siempre frío, lento, oscuro, escaso... caminé. Caminé como caminan los señores elegantes, con los pies sobre la tierra y las manos en las muñecas, pasé por esquinas enamoradas de ellas mismas y hasta, creo, compré un atado de cigarrillos para quemar ideas de rebelde monaguillo de lo ateo.

Pero el viernes siguiente por la madrugada corrí sin luces rojas ni cadenas, sin rutinas... corrí. Durante meses todos los viernes, sin entender por qué los viernes llegan lentos y se van corriendo, corrí...

Tardé un instante más de una eternidad, un instante menos al olvido, tardé quizás lo justo para no volverme loco. Tardé lo que tardan los relojes en tomar impulso, tardé como un año de solo viernes, tardé diez canas, una muela, cinco kilos. Llevaba la misma camisa azul, distintivo para un encuentro de conocidos de ninguno. Me detuve, torpe, bruto, la miré, la acaricié un segundo con mis pestañas desde lejos, y corrí… no me animé a preguntarle nada, temí que no fuera viernes ni ella un sueño.

Leandro Del Arco

miércoles, 7 de septiembre de 2011

Historias del Ángel Gris, de Alejandro Dolina

Dolina dijo lo siguiente: “Las mujeres son la causa de todas las acciones de los hombres. Hablo porque hay mujeres escuchándome…” esto me hizo pensar en que solo completo este blog con la aguda esperanza, de que mínimamente una hermosa mujer pase por aquí y experimente el placer de algún tipo de pasión, que de seguro no se vinculará con ninguna pasión mía, como pasa casi siempre.

Les dejo entonces algunas historias del libro “El Ángel Gris”  buscando con esto (como siempre lo busca este blog) un mundo con mas hombres sensibles y menos refutadores de leyendas.


Historia del que se desgracio en el tren

Jaime Gorriti tomaba todos los días el tren de las 14.35. Y todos los días se fijaba en una estudiante morocha. Con prudente astucia trataba de ubicarse cerca de ella y – a veces – ligaba una mirada prometedora. Una tarde empezó a saludarla. Y algunos días después tuvo ocasión de hacerse ver, ayudándola a recoger unos libros desbarrancados. Por fin, un asiento desocupado les permitió sentarse juntos y conversar. Gorriti aceleró y le hizo conocer sus destrezas de picaflor aficionado. No andaba mal. La morocha conocía el juego y colaboraba con retruques adecuados. Sin embargo, los demonios resolvieron intervenir.
Saliendo de Haedo, la chica trató de abrir la ventanilla y no pudo. Con gesto mundano, Gorriti copó la banca.
- Por favor…
Se prendió de las manijas, tiró hacia arriba con toda su fuerza y se desgració con un estruendo irreparable.
Sin decir palabra, se fue pasillo adelante y se largó del tren en Morón. Desde ese día empezó a tomar el tren de las 14.10.


Historia del que padecía dos males

En la calle Caracas vivía un hombre que amaba a una rubia. Pero ella lo despreciaba enteramente.
Unas cuadras más abajo dos morochas se morían por el hombre y se le ofrecían ante su puerta. El, las rechazaba honestamente.
El amor depara dos máximas adversidades de opuesto signo: amar a quien no nos ama y ser amados por quien no podemos amar.
El hombre de la calle Caracas padeció ambas desgracias al mismo tiempo y
murió una mañana ante el llanto de las morochas y la indiferencia de la rubia.


Historia del hombre que sabía que iba a morir un viernes

Los poderes del Ángel Gris son muy limitados. Apenas si es capaz de humildes milagros de cuarta categoría. Por eso, cuando trata de favorecer a alguien, lo más probable es que lo reseque para todo el viaje. Una tarde, el Ángel le comunicó al farmacéutico Luciano B. Herrera que su muerte se produciría un día viernes.
     Al principio, el sujeto aprovechó el dato con cierta astucia: arriesgaba la vida sin temores en sus días de inmortalidad, mientras que los viernes se encerraba bajo siete llaves.
     Muy pronto el miedo comenzó a trastornarlo. Los domingos y lunes mantenía una relativa calma. Los martes y miércoles lloraba en silencio. Los jueves visitaba a sus amigos y parientes para despedirse de ellos. Los viernes enloquecía y suplicaba clemencia a los gritos. Los sábados se emborrachaba para festejar su buena suerte.
     Las cosas fueron empeorando. Herrera tuvo que cerrar la farmacia, cayó en la miseria y adquirió una merecida reputación de chiflado.
     Se suicidó un martes, ante el beneplácito de quienes sostienen la doctrina del libre albedrío.
     Los Refutadores de Leyendas pretenden demostrar la inexistencia del Ángel Gris con esta historia, que apenas alcanza para demostrar su ineficacia.

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En el mes de septiembre canal 7 va a pasar "Recordando el show de Alejandro Molina". El programa ya fue emitido por el canal Encuentro y la verdad que es un verdadero placer.


jueves, 25 de agosto de 2011

Antonio Gala.

Después de un tiempo sin compartir nada, les traigo un poco de romanticismo. Antonio Gala tiene una rima extraordinaria, aunque lo que yo elegí es un poco más libres, pero vale la pena buscar su obra, hacer (por capricho) que el cielo llueva, abrir la ventana y entre el fresco ruido de la tierra y el cálido silencio de los pájaros, volver una vez más a creer en la utopía cierta de vivir con la calma de un poeta.

Son tres poemas y 10 frases que elegí de su página oficial.

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Enemigo íntimo

Hay tardes en que todo
huele a enebro quemado
y a tierra prometida.
Tardes en que está cerca el mar y se oye
la voz que dice: "Ven".
Pero algo nos retiene todavía
junto a los otros: el amor, el verbo
transitivo, con su pequeña garra
de lobezno o su esperanza apenas.
No ha llegado el momento. La partida
no puede improvisarse, porque sólo
al final de una savia prolongada,
de una pausada sangre,
brota la espiga desde
la simiente enterrada.

En esas largas
tardes en que se toca casi el mar
y su música, un poco
más y nos bastaría
cerrar los ojos para morir. Viene
de abajo la llamada, del lugar
donde se desmorona la apariencia
del fruto y sólo queda su dulzor.
Pero hemos de aguardar
un tiempo aún: más labios, más caricias,
el amor otra vez, la misma, porque
la vida y el amor transcurren juntos
o son quizá una sola
enfermedad mortal.

Hay tardes de domingo en que se sabe
que algo está consumándose entre el cálido
alborozo del mundo,
y en las que recostar sobre la hierba
la cabeza no es más que un tibio ensayo
de la muerte. Y está
bien todo entonces, y se ordena todo,
y una firme alegría nos inunda
de abril seguro. Vuelven
las estrellas el rostro hacia nosotros
para la despedida.
Dispone un hueco exacto
la tierra. Se percibe
el pulso azul del mar. "Esto era aquello".
Con esmero el olvido ha principiado
su menuda tarea...

Y de repente
busca una boca nuestra boca, y unas
manos oprimen nuestras manos y hay
una amorosa voz
que nos dice: "Despierta.
Estoy yo aquí. Levántate". Y vivimos.

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Almuñécar

Durante un anochecer en esta playa te amé tanto
que una respiración
para los dos bastaba.
Suspendieron el mar, para mirarnos,
su armonioso escalofrío,
y su unánime vuelo de gaviotas.
Se divertía el agua, sonrosada,
como si fuera a amanecer,
y se posó el silencio sobre el aire
lo mismo que un jilguero en una rama.
No existía para el amor
futuro ni pretérito:
todo era eterno instante....
Y de repente, sobre tus hombros
observé, mientras te besaba,
que nos veían ojos codiciosos.
No supe si eran de los viejos fenicios
o quizá de la noche...
No tardó en quedar claro
dónde va el ruiseñor cuando mayo termina.
La muerte que los devoró a ellos,
sigilosa nos acechaba.
Nuestro amor, como el  de ellos, fue vencido.
Pero yo te amo todavía.

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Atardeció sin ti

Atardeció sin ti. De los cipreses...
a las torres, sin ti me estremecía.
Qué desgana esperar un nuevo día
sin que me abraces y sin que me beses.
A fuerza de tropiezos y reveses
la piel de la esperanza se me enfría.
Qué agonía ocultarte mi agonía,
y qué resurrección si me entendieses.
Atardeció sin ti. Seguro y lento,
el sol se derrumbó, limón maduro,
y a solas recibí su último aliento.
Quién me viera caer, lento y seguro,
sin más calor ni más resurgimiento,
gris el alma y frustrada entre lo oscuro.

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10 Frases de Antonio Gala:

* Esta sociedad nos da facilidades para hacer el amor, pero no para enamorarnos.

* La felicidad es darse cuenta que nada es demasiado importante.

* El que no ama siempre tiene razón: es lo único que tiene.

* Al poder le ocurre como al nogal, no deja crecer nada bajo su sombra.

* Era invierno; llegaste y fue verano. Cuando llegue el verano verdadero, ¿qué será de nosotros?

* En una rosa caben todas las primaveras.

* Para llorar es necesario no tener miedo. Para llorar es necesario ser valiente.

* Yo sé con cuánta frecuencia callar es gritar intensamente.

* Ningún sabio será jamás imperialista.

* Es atroz que el capricho de unos cuantos se convierta en el destino para los demás.

martes, 5 de julio de 2011

El Cuarteto Cedrón y la Poesía


Hoy voy a compartir con ustedes algunas canciones interpretadas por el Cuarteto Cedrón. Este cuarteto por décadas ha musicalizado poemas de diversos poetas y ha cantado canciones que no son de su autoria pero que siempre tienen como estrella principal a La Palabra.
En el mes de julio el “Tata” Cedrón va a estar tocando todos los sábados en Espacio Ecléctico en San Telmo. Yo tuve la suerte de ir y es algo que los que aman la poesía o el tango no deberían dejar pasar.

Acá van las canciones y los poemas:



Milonga de Albornoz
Letra: Jorge Luis Borges
Música: José Basso




Alguien ya contó los días.
Alguien ya sabe la hora.
Alguien para quien no hay
ni premuras ni demora.
Albornoz pasa silbando
una milonga entrerriana;
bajo el ala del chambergo
sus ojos ven la mañana.

La mañana de este día
del ochocientos noventa;
en el bajo del Retiro
ya le han perdido la cuenta
de amores y de trucadas
hasta el alba y de entreveros
a fierro con los sargentos,
con propios y forasteros.

Se la tienen bien jurada
más de un taura y más de un pillo;
en una esquina del sur
lo está esperando un cuchillo.
No un cuchillo sino tres,
antes de clarear el día
se le vinieron encima
y el hombre se defendía.

Un acero entró en el pecho,
ni se le movió la cara;
Alejo Albornoz murió
como si no le importara.
Pienso que le gustaría
saber que hoy anda su historia
en una milonga. El tiempo
es olvido y es memoria.

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La cerveza del pescador Schiltigheim
(Lo mas bello que escuche en un largo tiempo, un hermosa poesía perfectamente captada y musicalizada por Cedrón)




Para que bebamos la rubia cerveza del pescador
        Schiltigheim.
Para que amemos Carcassone y Chartres, Chicago y
       Quebec, torres y puertos.
Los blancos molinos harineros y la luz de las altas
        ventanas de la noche
encendidas para los hombres de frac y para los
        ladrones.
Y las islas en donde los Kanakas comen plátanos
        fritos y bajo el sol
y bajo las palmeras, entre ágiles mulatas suenan los
       ukeleles.
Islas, dije, las islas, soles rojos, platillos para Darius
      Milhaud.
¡Tener un corazón ligero! Vale decir, amar a todas las
      mujeres bellas.
Y una moral ligera, vale decir, andar con gitanos
      alegres
y dormir en un puerto un ocaso cualquiera  y en  otro
      puerto y otro
y andar con suavidad y con desenvoltura de fumador
     de opio.
Para que a cada paso, un paisaje o una emoción o una
     contrariedad
nos reconcilien con la vida pequeña y su muerte
     pequeña.
Para que un día nos queden unos cuantos recuerdos:
     decir, estuve,
estuve en tal pasión, en tal recodo. Estuve, por
     ejemplo,
en la feria de Aubervilliers una mañana, con un trozo
     de asado,
una amistad tranquila, la mesa clara, el perro, el buen
      hablar
y afuera, las verduleras de París chapoteando con los
      zuecos en la nieve.
Para que bebamos la rubia cerveza del pescador
      Schiltigheim
es necesario no asustarse de partir y volver, camaradas.
      Estamos
en una encrucijada de caminos que parten y caminos
      que vuelven.

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Canción de San Jamás
Letra: Berthold Brecht
Música: Juan Cedrón




Los que nacieron en cuna pobre
saben que un día se sentarán
en un trono enjoyado y dorado
¡en el día de San Jamás!

En el día de San Jamás
en un trono se sentarán.

La bondad tendrá precio ese día
ahorcaran a la dura maldad
y los pobres del mundo, señores,
tendrán panes y tendrán sal.

En el día de San Jamás
tendrán panes y tendrán sal.

Crecerán en el cielo las hierbas,
la piedra el río remontará
todos los hombres serán buenos,
el planeta un edén será.

En el día de San Jamás
el planeta un edén será.

Ese día seré comandante,
ese día serás general,
tendrá trabajo el desocupado,
la mujer pobre descansará.

En el día de San Jamás
mujer pobre descansarás.

Pero es muy larga nuestra espera,
por lo tanto esto ocurrirá
no mañana por la mañana, sino
antes que el gallo se ponga a cantar.

En el día de San Jamás
antes que el gallo se ponga a cantar.

viernes, 3 de junio de 2011

Una Noche, de Asunción Silva. Puro RITMO.

Un muy bello poema de José Asunción Silva. Un hermano colombiano, Poeta del siglo XIX. Es genial como maneja el ritmo de este poema, cosa que particularmente me obsesiona. Y en el ritmo pone la rima, ya no con la rigidez de una estructura muy visible.

Hay veces en las que creo que el lenguaje en su nacimiento era música, canto, como es el caso de los pájaros. Luego el hombre lo fue perdiendo junto con otras cosas mientras evolucionaba en otras. De modo que tubo que buscar la forma de llenar ese vacío, formas de imitar aquello. Por eso hay música todo el tiempo en nuestras vidas. Miramos el mar y vemos música, damos un beso a un ser amado y provocamos un sonido.
La poesía es un milagro en esa búsqueda.

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Una Noche

    Una noche
una noche toda llena de perfumes, de murmullos y de música de älas,
    Una noche
en que ardían en la sombra nupcial y húmeda, las luciérnagas fantásticas,
a mi lado, lentamente, contra mí ceñida, toda,
      muda y pálida
como si un presentimiento de amarguras infinitas,
hasta el fondo más secreto de tus fibras te agitara,
por la senda que atraviesa la llanura florecida
    caminabas,
    y la luna llena
por los cielos azulosos, infinitos y profundos esparcía su luz blanca,
    y tu sombra
    fina y lángida
    y mi sombra
por los rayos de la luna proyectada
sobre las arenas tristes
de la senda se juntaban.
    Y eran una
    y eran una
¡y eran una sola sombra larga!
¡y eran una sola sombra larga!
¡y eran una sola sombra larga!
    Esta noche
    solo, el alma
llena de las infinitas amarguras y agonías de tu muerte,
separado de ti misma, por la sombra, por el tiempo y la distancia,
    por el infinito negro,
    donde nuestra voz no alcanza,
    solo y mudo
    por la senda caminaba,
y se oían los ladridos de los perros a la luna,
    a la luna pálida
    y el chillido
    de las ranas,
sentí frío, era el frío que tenían en la alcoba
tus mejillas y tus sienes y tus manos adoradas,
    ¡entre las blancuras níveas
    de las mortüorias sábanas!
Era el frío del sepulcro, era el frío de la muerte,
    Era el frío de la nada...
    Y mi sombra
    por los rayos de la luna proyectada,
    iba sola,
    iba sola
    ¡iba sola por la estepa solitaria!
    Y tu sombra esbelta y ágil
    fina y lánguida,
como en esa noche tibia de la muerta primavera,
como en esa noche llena de perfumes, de murmullos y de músicas de alas,
    se acercó y marchó con ella,
    se acercó y marchó con ella,
se acercó y marchó con ella... ¡Oh las sombras enlazadas!
¡Oh las sombras que se buscan y se juntan en las noches de negruras y de lágrimas!...

viernes, 27 de mayo de 2011

Operación Masacre, de Rodolfo Walsh.

Como de costumbre y de ese extraño modo, siempre tarde, lento, leí este clásico de la literatura. Debo confesar que he quedado sumamente conmovido. Hay noches (y créanme) en las que sueño con Livraga. En alguno de los sueños estamos charlando de lo pasado, en otros lo encuentro en la calle herido y escapando. Lo he buscado en Internet para conocer su rostro y me alegró de sobre manera verlo ya grande y vivo. Ahora en estos días pienso demasiado en ellos, sé que luego dejará de pasarme, pero por el momento no puedo evitarlo. La injusticia es el mayor mal y quizás el mayor miedo que tengo.

El prologo me ha parecido, junto con uno de Borges, los únicos que realmente uno podría llegar a decirle a alguien "tenes que leer tal prólogo..." y eso es lo que les dejare en esta ocasión. Creo que si lo leen van a necesitar seguir con la novela y la historia, que es nuestra historia, un hecho que no deberíamos desconocer. A mí me enseñaron del fusilamiento de Aramburu pero nada del de Garibotti, Brion, Lizaso, Carranza y Rodríguez, muertos sin causa alguna, fusilados en un basural de José León Suárez, ni le los otros que sobrevivieron.


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Operación Masacre, Prólogo por Rodolfo Walsh.


La primera noticia sobre los fusilamientos clandestinos de junio de 1956 me llegó en forma casual, a fines de ese año, en un café de La Plata donde se jugaba al ajedrez, se hablaba más de Keres o Nimzovitch que de Aramburu y Rojas, y la única maniobra militar que gozaba de algún renombre era el ataque a la bayoneta de Schlechter en la apertura siciliana. En ese mismo lugar, seis meses antes, nos había sorprendido una medianoche el cercano tiroteo con que empezó el asalto al comando de la segunda división y al departamento de policía, en la fracasada revolución de Valle. Recuerdo cómo salimos en tropel, los jugadores de ajedrez, los jugadores de codillo y los parroquianos ocasionales, para ver qué festejo era ése, y cómo a medida que nos acercábamos a la plaza San Martín nos íbamos poniendo más serios y éramos cada vez menos, y al fin cuando crucé la plaza, me vi solo, y cuando entré a la estación de ómnibus ya fuimos de nuevo unos cuantos, inclusive un negrito con uniforme de vigilante que se había parapetado detrás de unas gomas y decía que, revolución o no, a él no le iban a quitar el arma, que era un notable Mauser del año 1901. Recuerdo que después volví a encontrarme solo, en la oscurecida calle 54, donde tres cuadras más adelante debía estar mi casa, a la que quería llegar y finalmente llegué dos horas más tarde, entre el aroma de los tilos que siempre me ponía nervioso, y esa noche más que otras. Recuerdo la incoercible autonomía de mis piernas, la preferencia que, en cada bocacalle, demostraban por la estación de ómnibus, a la que volvieron por su cuenta dos y tres veces, pero cada vez de más lejos, hasta que la última no tuvieron necesidad de volver porque habíamos cruzado la línea de fuego y estábamos en mi casa. Mi casa era peor que el café y peor que la estación de ómnibus, porque había soldados en las azoteas y en la cocina y en los dormitorios, pero principalmente en el baño, y desde entonces he tomado aversión a las casas que están frente a un cuartel, un comando o un departamento de policía. Tampoco olvido que, pegado a la persiana, oí morir a un conscripto en la calle y ese hombre no dijo: “Viva la patria” sino que dijo: “No me dejen solo, hijos de puta”. Después no quiero recordar más, ni la voz del locutor en la madrugada anunciando que dieciocho civiles han sido ejecutados en Lanús, ni la ola de sangre que anega al país hasta la muerte de Valle. Tengo demasiado para una sola noche. Valle no me interesa. Perón no me interesa, la revolución no me interesa. ¿Puedo volver al ajedrez? Puedo. Al ajedrez y a la literatura fantástica que leo, a los cuentos policiales que escribo, a la novela “seria” que planeo para dentro de algunos años, y a otras cosas que hago para ganarme la vida y que llamo periodismo, aunque no es periodismo. La violencia me ha salpicado las paredes, en las ventanas hay agujeros de balas, he visto un coche agujereado y adentro un hombre con los sesos al aire, pero es solamente el azar lo que me ha puesto eso ante los ojos. Pudo ocurrir a cien kilómetros, pudo ocurrir cuando yo no estaba. Seis meses más tarde, una noche asfixiante de verano, frente a un vaso de cerveza, un hombre me dice:
 Hay un fusilado que vive. No sé qué es lo que consigue atraerme en esa historia difusa, lejana, erizada de improbabilidades. No sé por qué pido hablar con ese hombre, por qué estoy hablando con Juan Carlos Livraga. Pero después sé. Miro esa cara, el agujero en la mejilla, el agujero más grande en la garganta, la boca quebrada y los ojos opacos donde se ha quedado flotando una sombra de muerte. Me siento insultado, como me sentí sin saberlo cuando oí aquel grito desgarrador detrás de la persiana. Livraga me cuenta su historia increíble; la creo en el acto. Así nace aquella investigación, este libro. La larga noche del 9 de junio vuelve sobre mí, por segunda vez me saca de “las suaves, tranquilas estaciones”. Ahora, durante casi un año no pensaré en otra cosa, abandonaré mi casa y mi trabajo, me llamaré Francisco Freyre, tendré una cédula falsa con ese nombre, un amigo me prestará una casa en el Tigre, durante dos meses viviré en un helado rancho de Merlo, llevaré conmigo un revólver, y a cada momento las figuras del drama volverán obsesivamente: Livraga bañado en sangre caminando por aquel interminable callejón por donde salió de la muerte, y el otro que se salvó con él disparando por el campo entre las balas, y los que se salvaron sin que él supiera, y los que no se salvaron. Porque lo que sabe Livraga es que eran unos cuantos y los llevaron a fusilar, que eran como diez y los llevaron, y que él y Giunta estaban vivos. Ésa es la historia que le oigo repetir ante el juez, una mañana en que soy el primo de Livraga y por eso puedo entrar en el despacho del juez, donde todo respira discreción y escepticismo, donde el relato suena un poco más absurdo, un grado más tropical, y veo que el juez duda, hasta que la voz de Livraga trepa esa ardua colina detrás de la cual sólo queda el llanto, y hace ademán de desnudarse para que le vean el otro balazo. Entonces estamos todos avergonzados, me parece que el juez se conmueve y a mí vuelve a conmoverme la desgracia de mi primo. Ésa es la historia que escribo en caliente y de un tirón, para que no me ganen de mano, pero que después se me va arrugando día a día en un bolsillo porque la paseo por todo Buenos Aires y nadie me la quiere publicar, y casi ni enterarse. Es que uno llega a creer en las novelas policiales que ha leído o escrito, y piensa que una historia así, con un muerto que habla, se la van a pelear en las redacciones, piensa que está corriendo una carrera contra el tiempo, que en cualquier momento un diario grande va a mandar una docena de reporteros y fotógrafos como en las películas. En cambio se encuentra con un multitudinario esquive de bulto. Es cosa de reírse, a doce años de distancia porque se pueden revisar las colecciones de los diarios, y esta historia no existió ni existe. Así que ambulo por suburbios cada vez más remotos del periodismo, hasta que al fin recalo en un sótano de Leandro Alem donde se hace una hojita gremial, y encuentro un hombre que se anima. Temblando y sudando, porque él tampoco es un héroe de película, sino simplemente un hombre que se anima, y eso es más que un héroe de película. Y la historia sale, es un tremolar de hojitas amarillas en los kioscos, sale sin firma, mal diagramada, con los títulos cambiados, pero sale. La miro con cariño mientras se esfuma en diez millares de manos anónimas. Pero he tenido más suerte todavía. Desde el principio está conmigo una muchacha que es periodista, se llama Enriqueta Muñiz, se juega entera. Es difícil hacerle justicia en unas pocas líneas. Simplemente quiero decir que en algún lugar de este libro escribo “hice”, “fui”, “descubrí”, debe entenderse “hicimos”, “fuimos”, “descubrimos”. Algunas cosas importantes las consiguió ella sola, como los testimonios de los exiliados Troxler, Benavídez, Gavino. En esa época el mundo no se me presentaba como una serie ordenada de garantías y seguridades, sino más bien como todo lo contrario. En Enriqueta Muñiz encontré esa seguridad, valor, inteligencia que me parecían tan rarificados a mi alrededor. Así que una tarde tomamos el tren a José León Suárez, llevamos una cámara y un pianito a lápiz que nos ha hecho Livraga, un minucioso plano de colectivero con las rutas y los pasos a nivel, una arboleda marcada y una (x), que es donde fue la cosa. Caminamos como ocho cuadras por un camino pavimentado, en el atardecer, divisamos esa alta y obscura hilera de eucaliptos que al ejecutor Rodríguez Moreno le pareció “un lugar adecuado al efecto”, o sea al efecto de tronarlos, y nos encontramos frente a un mar de latas y espejismos. No es el menor de esos espejismos la idea de que un lugar así no puede estar tan tranquilo, tan silencioso y olvidado bajo el sol que se va a poner, sin que nadie vigile la historia prisionera en la basura cortada por la falsa marea de metales muertos que brillan reflexivamente. Pero Enriqueta dice “Aquí fue” y se sienta en la tierra con naturalidad para que le saque una foto de picnic, porque en ese momento pasa por el camino un hombre alto y sombrío con un perro grande y sombrío. No sé por qué uno ve esas cosas. Pero aquí fue, y el relato de Livraga corre ahora con más fuerza, aquí el camino, allá la zanja y por todas partes el basural y la noche. Al día siguiente vamos a ver al otro que se salvó, Miguel Ángel Giunta, que nos recibe con un portazo en las narices, no nos cree cuando le anunciamos que somos periodistas, nos pide credenciales que no tenemos, y no sé qué le decimos, a través de la mirilla, qué promesa de silencio, qué clave oculta, para que vaya abriendo la puerta de a poco, y vaya saliendo, cosa que le lleva como media hora, y hable, que le lleva mucho más. Es matador escuchar a Giunta, porque uno tiene la sensación de estar viendo una película que, desde que se rodó aquella noche, gira y gira dentro de su cabeza, sin poder parar nunca. Están todos los detallecitos, las caras, los focos, el campo, los menudos ruidos, el frío y el calor, la escapada entre las latas, y el olor a pólvora y a pánico, y uno piensa que cuando termine va a empezar de nuevo, como es seguro que empieza dentro de su cabeza ese continuado eterno, “Así me fusilaron”. Pero lo que más aflige es la ofensa que el hombre lleva adentro, cómo está lastimado por ese error que cometieron con él, que es un hombre decente y ni siquiera fue peronista, “y todo el mundo le puede decir quién soy yo”. Aunque eso ya no es seguro, porque hay dos Giuntas, éste que habla torrencialmente mientras se pasa la gran película, y otro que a veces se distrae y consigue sonreír y hacer un chiste como antes. Parece que aquí va terminar el caso, porque no hay más que contar. Dos sobrevivientes, y los demás están muertos. Uno puede publicar el reportaje a Giunta y volver a aquella partida que dejó suspendida en el café hace un mes. Pero no termina. A último momento Giunta se acuerda de una creencia que él tiene, no de algo que sabe, sino de algo que ha imaginado o que oyó murmurar, y es que hay un tercer hombre que se salvó. Entretanto la gran divinidad de la picana y sus metralletas empieza a tronar desde La Plata. La hojita del reportaje flota en los pasillos de la Jefatura de Policía, y el teniente coronel Fernández Suárez quiere saber qué bochinche es ése. El reportaje no estaba firmado, pero al pie de los originales figuraban mis iniciales. En el diarito trabajaba un periodista con las mismas iniciales, aunque a él le tocaron en otro orden: J. W. R. Una madrugada se despierta para contemplar una interesante concentración de fusiles y otros implementos silogísticos, y su espíritu experimenta esa gran emoción previa a una verdad por revelarse. Lo sacan en calzoncillos y lo trasladan en un vuelo a La Plata y a la Jefatura, lo sientan en un sillón y enfrente está sentado el teniente coronel, que le dice, “Y ahora por favor, hágame un reportaje a mí. El periodista aclara que no es a él a quien corresponden esos honores, mientras por lo bajo se acuerda de mi madre. La rueda sigue girando, hay que ir por esos andurriales en busca del tercer hombre, Horacio di Chiano, que se ha vuelto lombriz y vive bajo tierra. Parece que ya nos conocen en muchas partes, los chicos por lo menos nos siguen, y un día una nena nos para en la calle.
 El señor que ustedes buscan -nos dice-, está en su casa. Les van a decir que no está, pero está.
 ¿Y vos sabes por qué venimos?
 Sí, yo sé todo. Bueno, Casandra. Nos dicen que no está, pero está, y hay que ir venciendo las barreras protectoras, las cautelosas deidades que custodian a un enterrado vivo, esta pared, esta cara que niega y desconfía. Se pasa del sol de la calle a la sombra del porch, se pide un vaso de agua y se está adentro, en la obscuridad, se pronuncian palabras-ganzúa, hasta que la más oxidada del manojo funciona, y don Horacio di Chiano sube la escalera tomado de la mano de su mujer, que lo trae como un chico. Así que son tres. Al día siguiente llega al periódico una carta anónima y dice que “lograron fugar: Livraga, Giunta y el ex suboficial Gavino”. Así que son cuatro. Y Gavino, dice la carta, “pudo meterse en la embajada de Bolivia y asilarse a aquel país”. En la embajada de Bolivia no encuentro pues a Gavino, pero encuentro a su amigo Torres, que sonríe, cuenta con los dedos, me dice: “Le faltan dos”, y me habla de Troxler y Benavídez. Así que son seis. Y ya que estamos, ¿no serán siete? Puede ser, me dice Torres, porque había un sargento, con un apellido muy común, algo así, como García o Rodríguez, y nadie sabe qué ha sido de él. A los dos o tres días vuelvo a ver a Torres y le disparo a quemarropa:
 Rogelio Díaz. Se le ilumina la cara.
 ¿Cómo hizo? Ya no recuerdo cómo hice. Pero son siete. Entonces puedo sentarme, porque ya he hablado con sobrevivientes, viudas, huérfanos, conspiradores, asilados, prófugos, delatores presuntos, héroes anónimos. En el mes de mayo, tengo escrita la mitad de este libro. Otra vez el paseo en busca de alguien que lo publique. Por esa época los hermanos Jacovella han sacado una revista. Hablo con Bruno, después con Tulio. Tulio Jacovella lee el manuscrito, y se ríe, no del manuscrito, sino del lío en que se va a meter, y se mete. Lo demás es el relato que sigue. Se publicó en “Mayoría”, de mayo a julio de 1957. Después hubo apéndices, corolarios, desmentidas y réplicas, que prolongaron esa campaña hasta abril de 1958. Los he suprimido, así como parte de la evidencia que usé entonces y que reemplazo aquí por otra más categórica. Frente a esta nueva evidencia, creo que la polémica queda descartada. Agradecimientos: al doctor Jorge Doglia, ex jefe de la división judicial de la policía de la provincia, exonerado por sus denuncias sobre este caso; al doctor Máximo von Kotsch, abogado de Juan C. Livraga y Miguel Giunta; a Leónidas Barletta, director del periódico “Propósitos”, donde se publicó la denuncia inicial de Livraga; al doctor Cerruti Costa, director del desaparecido periódico “Revolución Nacional”, donde aparecieron los primeros reportajes sobre este caso; a Bruno y Tulio Jacovella; al doctor Marcelo Sánchez Sorondo, que publicó la primera edición en libro de este relato; a Edmundo A. Suárez, exonerado de Radio del Estado por darme una fotocopia del libro de locutores de esa emisora, que probaba la hora exacta en que se promulgó la ley marcial; al ex terrorista llamado “Marcelo”, que se arriesgó a traerme información, y poco después fue atrozmente picaneado; al informante anónimo que firmaba “Atilas”; a la anónima Casandra, que sabía todo; a Horacio Manigua, que me dio albergue; a los familiares de las víctimas.


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Espero que puedan leer la novela, un beso y hasta la palabra siempre.

jueves, 12 de mayo de 2011

Javier Villafañe, El Titiritero.


No tengo mucho para decir de este escritor porque lo conocí hace muy pocos días. Una muestra más de mi ignorancia ya que es un gran escritor argentino. Algo colorido de Villafañe, su profesión: titiritero.

Acá les dejo algunas cosas (genialidades) de él:

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La Selva

Sembró demás en el fondo de la casa.
Una tarde, después de haber regado, no pudo salir. Gritó: ¡Auxilio! ¡Socorro!
Nadie podía oír. Estaba en la selva. Una víbora —la manguera— lo había enroscado hasta ahogarlo. El gato daba vueltas a su alrededor. Caminaba con el andar felpudo de los pumas.

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El anciano y el nieto o la ley de la herencia

El abuelo tenía un lunar en la mejilla izquierda
El nieto tenía un lunar en la mejilla izquierda
El nieto le decía al abuelo: Esta noche no se haga pis en la cama
El abuelo le había dicho al nieto: Esta noche no se haga pis en la cama
El nieto llevaba al abuelo de la mano. Cuidado ahí viene un automóvil
Cuidado, ahí viene un automóvil, le había dicho el abuelo al nieto cuando lo llevaba de la mano
El nieto le contó al abuelo el cuento de Caperucita Roja
El mismo cuento que le había contado el abuelo
El abuelo lloraba con un ojo de vidrio. No llore, el lobo no se comió a Caperucita Roja
No llore, el lobo no se comió a Caperucita Roja, le había dicho el abuelo cuando el nieto lloraba.
El nieto hamacaba al abuelo en una hamaca en el mismo parque donde el abuelo había hamacado al nieto
El nieto tenía una novia
El abuelo le acariciaba los senos a la novia del nieto
El nieto le dijo al abuelo: No le acaricie los senos a mi novia
Bájese de la silla le había dicho el abuelo al nieto-, no le acaricie los senos a su abuela
Los senos de la abuela ocupaban toda la sala de la fotografía
Cuando murió el abuelo
el nieto lloraba con un ojo de vidrio.

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Desencuentro de dos ancianos

Una anciana caminaba durante todo el día y un anciano caminaba durante toda la noche. Nunca se encontraron. Es lógico. La anciana caminaba de día y el anciano caminaba de noche. Ella tenía los ojos del color de los árboles. El tenía la nariz aguileña y un bastón. Los dos tenían los mismos pájaros en distintas jaulas. Los dos eran viudos. Ella vio morir a su marido una tarde del mes de mayo. El vio morir a su mujer una mañana del mes de agosto. Los dos tenían sobrinos que jugaban al ajedrez. Pero, ¿cómo pueden encontrarse en la Ciudad de Buenos Aires, entre tantos millones de habitantes, una anciana que camina de día y un anciano que camina de noche?

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El viejo titiritero y la Muerte.


Salió de su casa con el teatro al hombro. Iba silbando como todos los domingos y en el camino lo atajó la Muerte. Entonces, el titiritero sacó del bolsillo un títere casi tan viejo como él. Era el Anunciador. Lo calzó en la mano derecha —su acostumbrado cuerpo, su piel— y con la voz del Anunciador le dijo a la Muerte:
—Respetable señora, le ruego espere unos minutos. Él —y señaló al titiritero— jamás llegó tarde a hacer un espectáculo y quiere justificarse. ¿Comprende?
La Muerte dio un paso atrás.
El viejo titiritero guardó el títere en el bolsillo. Cruzó la calle. En la esquina había un teléfono público. Metió una moneda en la ranura, marcó un número y dijo:
—Habla el titiritero para disculparse. Hoy no puede hacer la función.
Volvió a cruzar la calle con el teatro al hombro. Sabía quién lo estaba esperando en la vereda de enfrente.

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Eso fue todo...  hasta la palabra siempre.

miércoles, 27 de abril de 2011

José Luis Flores, mas contemporáneo imposible...

José Luis Flores, es un escritor chileno, al que admiro mucho. Lo conocí en un sitio web donde se comparte principalmente artes graficas (fotografía, diseño grafico, arte digital, etc) pero que también permite subir literatura. Lo fantástico de este sitio esta en sus dos piedras fundamentales, el respeto y el enorme  talento de los que participan, motivo por el cual ya lo he dejado. El sitio en cuestión es http://deviantart.com/ y se los recomiendo profundamente.

José Luis Flores no es alguien que escribe y sube eso a internet. No. JLFlores es un Señor Escritor y comparte a diario lo que va escribiendo con gran generosidad y total humildad. Tiene un estilo claramente definido, profundo, oscuro, lleno de imagenes y cargado de frases  fascinantes. Escribe todo tipo de géneros, poesía, cuento, novela y demás yerbas. Entre sus obras, la mas destacada, o por lo menos lo que yo puedo ver a distancia y tan solo por Internet, es “Alicia, la niña vampiro”, pero vamos a dejar a Alicia para mas adelante, ya que merece una caricia solo para ella.

Les dejo hoy unos poemas de este autor y quizá mas adelante volvamos sobre él para leer algo de su prosa.


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Después de afrodita


Nos hicimos amantes
muy tarde,
después de habernos
deseado por años
hoy hacemos el
amor
y no podemos dejar
de pedir disculpas.


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Los crios


Cuando en la sangre
se llevan recuerdos con gusto a salmuera
y
aventuras incrustadas en pirámides de cuarzo

Cuando en tu espalda
llevas mentiras ordenadas alfabéticamente
y
una lista de teléfonos que nunca has usado

Cuando en tus bolsillos
tienes almendras, avellanas y dos monedas
y
suertes color rojo envueltas en celofán

Entonces es el momento
de reconocer que has sido poeta mucho tiempo
y es hora de ser un hombre.


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IMBECIL


Lo más brillante que hice en
            mi primera juventud,
antes del primer amor,
            fue darme cuenta de
que era un imbecíl

             así dejé los mejores
poemas para los sabios,
los inteligentes, los bellos,
los pudorosos

yo me quedé
con estos,
       que al igual que yo,
saben exactamente lo que son.

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Cabaret Lucifer


I
       El nacimiento

algunos pueden recordar
un destello de luz

un suspiro salido de la boca
de Dios

brillante como una
estrella hiperactiva

sus alas casi transparentes,
“es un cielo demasiado pequeño”,
dijo un serafín

la desconfianza fue instalada en el paraíso
sólo había que esperar,
y observar

II

El Serafín

¿dónde vas Lucifer?

en el cielo casi no te vemos

¿es esa mujer?

sé que tocar su piel morena,
sin plumas, sin culpa,
eriza tus sentimientos

ángel de la mañana
¿quieres castrar tu pureza?

nosotros te veremos partir.
nos ocuparemos de los asuntos
del padre,
menos independientes,
menos brillantes

III

Eva

astuto
entra en mis sueños
ya no soy inocente

Adán y sus cuentos
del Señor

la naturaleza y su
lento crecer

todas mentiras

Lu-ci-fer labios de miel,
llama a mi pensamiento,
a mis mentiras

IV

Lucifer lo entiende

hago lo que mi Señor me ha
señalado

soy el amo de la luz,
de la lujuria

el placer nace con mi llamado

nadie tendrá paz,
ni en el cielo,
ni en la tierra

la guerra comenzó
entre las piernas de los humanos


V

    El discurso 
  
ese día el Lucifer arregló
su mejor traje,
tomó su corbata más elegante

y frente al espejo ensayó su discurso,
era su primer discurso  en el infierno,
no podía fallar

miles de demonios habían venido
de lejos a escuchar a su impuesto amo
(las cosas no eran democráticas en el infierno,
no desde un trágico incidente con una urna de votos)

“hermanos míos”, dijo con rigidez, “estamos aquí
los llamados a formar un nuevo infierno, con nuestra
fuerza y participación y……” el silencio devoró absolutamente
el paisaje,
como la gran verdadera gran bestia que se oculta en el
infierno

Lucifer descendió de su podio,
los más increíbles seres del averno derramaron
lágrimas azules por su amo,
y por un instante sintieron compasión

en la gran fortaleza,
la estrella de la mañana se
escondía,
en la oscuridad de su pieza
ahora sabía  claramente donde había
llegado

de pronto todo ese asunto de la rebelión,
la libertad, el fuego eterno,
le pareció algo profundamente sobrevalorado.

VI

Hoy

en el trono todo es diferente,
los antiguos días
junto a serafines y poderosos arcángeles
parecen nimios,
infantiles

atrás está la serpiente,
la ciudad de plata, Adán y su Eva,
la música de los nuevos santos
reemplaza a su poesía

la seguridad del paraíso
es para débiles,
para quienes deben
ser protegidos

de ahora en adelante
todo apestará a realidad

el magnífico
soberano ya ha dejado
atrás las melancolías.
 

lunes, 18 de abril de 2011

Sexo, drogas, RIMAS y rock and roll

La rima como recurso en una composición literaria ha dejado de tener fuerza. Aburre y se torna un poco predecible. Sin embargo en la música actual hay un sin fin de estilos populares que están usando la rima, casi de forma grotesca o excesiva, con muy buena aceptación del publico, pero sobre todo con una gran carga significativa y explotando al máximo este recurso. En mi humilde opinión esta muy bien logrado y me resulta bastante interesante.

Les dejo tres canciones para escuchar y copio sus respectivas letras. Les pido que escuchen las canciones sino pierde un poco el encanto.

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Autor: Emanero
Canción: Mas tenemos, mas queremos


Letra:

El que no tiene lo quiere y el que lo tiene quiere más
Cuando ganas, nunca es más de lo que esperas
Así la estrella quiere convertirse en sol y el sol en luna
La vida se nos pasa persiguiendo una fortuna.

El rapero se cansó y ahora quiere ser poeta,
El pibe del triciclo quiere andar en bicicleta,
En la mansión de mi barrio esta vacía la pileta
Porque el dueño se canso y viaja por el planeta.
Inconforme, un presidente invade otra nación,
En el cielo un pájaro piensa que quiere ser avión,
Cada párrafo en mi hoja sueña con ser canción,
Cada instrumental que hago me reclama inspiración.
Es la codicia, criados para conquistar el mundo
Latente en el mas rico y hasta en el mas vagabundo
Soñando con ser Mozart fue como enloqueció Vivaldi,
Cada mujer argentina quiere ser la Coca Sarli
“No todo lo que brilla es oro” dice un comerciante,
Y hasta el oro se opaca cuando se asoma un diamante.
El marido de la más linda tiene tres amantes,
El que tiene fama y plata quiere ser como era antes.

El que no tiene lo quiere y el que lo tiene quiere más
Cuando ganas, nunca es más de lo que esperas
Así la estrella quiere convertirse en sol y el sol en luna
La vida se nos pasa persiguiendo una fortuna.

(Yo) Tengo una, quiero dos y si se pueden tres,
El dueño de la empresa dice que no quiere estrés.
El del auto caro ahora quiere un jet privado,
El mediocre sueña ser como ese el que esta al lado.
Y con poco se vive más tranquilo,
Y es normal que el ladrón quiera ser policía para robar más,
El político quiere ser el padrino de su barrio,
La de culo y tetas grandes ahora se opera los labios,
El viejo sueña con ser aquel pendejo
Pero el espejo no lo deja y le devuelve el reflejo.
Don Juanes buscan fama y Ana la envidia a Mariana,
Somos sombras de un ayer que nunca pensó en mañana.
Nuestra ambición ya esta al volante de este globo,
La moda va cambiando y vos siguiéndola solo sos otro bobo,
Cuando tengas todo vas a querer algo que no existe,
No hay fortuna que te haga feliz, tu vida sigue triste.

El que no tiene lo quiere y el que lo tiene quiere más
Cuando ganas, nunca es más de lo que esperas
Así la estrella quiere convertirse en sol y el sol en luna
La vida se nos pasa persiguiendo una fortuna.

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Autor: Calle 13
Cancion: Calma Pueblo



Letra:

Naci mirando para arriba el 23 de febrero
Despues de estudiar tanto termine siendo rapero
Mi familia es grande en mi casa somos ocho
Y la clase media baja no recibe plan ocho

Es normal que mi comportamiento no les cuadre
Y mas cuando el gobernador desempleo a mi madre
Me desahogo cuando escribo mi letra es franca
Pa' no terminar explotando en la Casa Blanca

Mis rimas te ponen tenso y te dan calambre
Yo soy el que hago que coman sin que tengan hambre
Mezclo lo que veo con lo melodico
Yo estoy aqui para contarte lo que no cuentan los periodicos

Es el momento de la musica independiente
Mi disquera no es Sony, mi disquera es la gente
Las personas que me siguen y escuchan el mensaje
Por eso me defienden a los puños y sin vendaje

Calma pueblo que aqui estoy yo
Lo que no dicen lo digo yo
Lo que sientes tu lo siento yo
Porque yo soy como tu, tu eres como yo

A ti te ofende lo que escribo
A mi me ofende tu playback, que estes doblando en vivo
A mi me ofende cuando tu sobornas a la radio
Con plata con dinero pa' que te suenen a diario

Ni siquiera los Beatles tenian cuatro canciones
Sonando el mismo tiempo en las radio estaciones
Esto lo puede ver hasta un bizco
Tu vendes porque tu mismo te compras tus propios discos

No me digas que no si a mi me han ofrecido hacer eso
La mitad de los artistas deberian estar presos
A mi no me ofende que por hablar mucho me llames loco
Tu dices poco porque sabes poco

Calma pueblo que aqui estoy yo
Lo que no dicen lo digo yo
Lo que sientes tu lo siento yo
Porque yo soy como tu, Duro!

Yo uso al enemigo a mi nadie me controla
Le tiro duro a los gringos y me auspicia coca cola
De la canasta de frutas soy la unica podrida
Adidas no me usa, yo estoy usando adidas

Mientras bregue diferente, por la salida entro
Me infiltro en el sistema y exploto desde adentro
Todo lo que les digo es como el Aikido
Uso a mi favor la fuerza del enemigo

Ahora quitate el traje falda y camiseta
Despojate de prendas marcas etiquetas
Pa' cambiar el mundo desnuda tu coraje
La honestidad no tiene ropa ni maquillaje

No me hablen de carteles ni de los sopranos
La mafia mas grande vive en el Vaticano
Con el truco de la fé se cojen a la gente
Se cojen a cualquiera que piense diferente

A mi no me cojen yo creo en lo que quiera
Creo en la gente, creo en mi bandera
Creo que los que me señalan con el dedo
Me tienen miedo porque yo no tengo miedo

Calma pueblo que aqui estoy yo
Lo que no dicen lo digo yo
Lo que sientes tu lo siento yo
Porque yo soy como tu, tu eres como yo

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Autor: Cuarteto de Nos
Canción: Ya no se que hacer conmigo

Ademas este video clip es una genialidad. Recomendado a todos los que les gusta el diseño grafico y las puestas tipograficas.




Letra:

Ya tuve que ir obligado a misa, ya toque en el piano "Para Elisa"
ya aprendí a falsear mi sonrisa, ya caminé por la cornisa.
Ya cambié de lugar mi cama, ya hice comedia ya hice drama
fui concreto y me fui por las ramas, ya me hice el bueno y tuve mala fama.
Ya fui ético, y fui errático, ya fui escéptico y fui fanático
ya fui abúlico, fui metódico, ya fui impúdico y fui caótico.
Ya leí Arthur Conan Doyle, ya me pasé de nafta a gas oil.
Ya leí a Bretón y a Moliere, ya dormí en colchon y en somier.
Ya me cambié el pelo de color, ya estuve en contra y estuve a favor
lo que me daba placer ahora me da dolor, ya estuve al otro lado del mostrador.
Y oigo una voz que dice sin razón
"Vos siempre cambiando, ya no cambiás más"
y yo estoy cada vez más igual
Ya no se que hacer conmigo.
Ya me ahogué en un vaso de agua , ya planté café en NIcaragua
ya me fui a probar suerte a USA, ya jugué a la ruleta rusa.
Ya creí en los marcianos, y fui ovo lacto vegetariano.
Sano, fui quieto y fui gitano, ya estuve tranqui y estuve hasta las manos.
Hice el curso de mitoligía pero los dioses de mi se reían
orfebrería lo salvé raspando y el de moral lo perdí copiando.
Ya probé, ya fumé, ya tomé, ya dejé, ya firmé, ya viajé, ya pagé.
Ya sufrí, ya eludí, ya huí, ya asumí, ya me fuí, ya volví, ya fingí, ya mentí.
Y entre tantas falsedades muchas de mis mentiras ya son verdades
hice fácil adversidades, ya compliqué en las nimiedades.
Y oigo una voz que dice sin razón
"Vos siempre cambiando, ya no cambiás más"
y yo estoy cada vez más igual
Ya no se que hacer conmigo.
Ya me hice un lifting me puse un piercing, fui a ver al Dream Team y no hubo feeling
me tatué al Che en una nalga, arriba de mami para que no se salga.
Ya me reí y me importó un bledo de cosas y gente que ahora me dan miedo.
Ayuné por causas al pedo, ya me empaché con pollo al spiedo.
Ya fui psicólogo, fui al teólogo, fui al astrólogo, fui al enólogo
ya fui alcoholico y fui lambeta, ya fui anonimo y ya hice dieta.
Ya lancé piedras y escupitajos, al lugar donde ahora trabajoy mi legajo cuenta a destajo, que me porté bien y que ya armé relajo.
Y oigo una voz que dice sin razón
"Vos siempre cambiando, ya no cambiás más"
y yo estoy cada vez más igual
Ya no se que hacer conmigo.

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