jueves, 12 de mayo de 2011

Javier Villafañe, El Titiritero.


No tengo mucho para decir de este escritor porque lo conocí hace muy pocos días. Una muestra más de mi ignorancia ya que es un gran escritor argentino. Algo colorido de Villafañe, su profesión: titiritero.

Acá les dejo algunas cosas (genialidades) de él:

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La Selva

Sembró demás en el fondo de la casa.
Una tarde, después de haber regado, no pudo salir. Gritó: ¡Auxilio! ¡Socorro!
Nadie podía oír. Estaba en la selva. Una víbora —la manguera— lo había enroscado hasta ahogarlo. El gato daba vueltas a su alrededor. Caminaba con el andar felpudo de los pumas.

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El anciano y el nieto o la ley de la herencia

El abuelo tenía un lunar en la mejilla izquierda
El nieto tenía un lunar en la mejilla izquierda
El nieto le decía al abuelo: Esta noche no se haga pis en la cama
El abuelo le había dicho al nieto: Esta noche no se haga pis en la cama
El nieto llevaba al abuelo de la mano. Cuidado ahí viene un automóvil
Cuidado, ahí viene un automóvil, le había dicho el abuelo al nieto cuando lo llevaba de la mano
El nieto le contó al abuelo el cuento de Caperucita Roja
El mismo cuento que le había contado el abuelo
El abuelo lloraba con un ojo de vidrio. No llore, el lobo no se comió a Caperucita Roja
No llore, el lobo no se comió a Caperucita Roja, le había dicho el abuelo cuando el nieto lloraba.
El nieto hamacaba al abuelo en una hamaca en el mismo parque donde el abuelo había hamacado al nieto
El nieto tenía una novia
El abuelo le acariciaba los senos a la novia del nieto
El nieto le dijo al abuelo: No le acaricie los senos a mi novia
Bájese de la silla le había dicho el abuelo al nieto-, no le acaricie los senos a su abuela
Los senos de la abuela ocupaban toda la sala de la fotografía
Cuando murió el abuelo
el nieto lloraba con un ojo de vidrio.

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Desencuentro de dos ancianos

Una anciana caminaba durante todo el día y un anciano caminaba durante toda la noche. Nunca se encontraron. Es lógico. La anciana caminaba de día y el anciano caminaba de noche. Ella tenía los ojos del color de los árboles. El tenía la nariz aguileña y un bastón. Los dos tenían los mismos pájaros en distintas jaulas. Los dos eran viudos. Ella vio morir a su marido una tarde del mes de mayo. El vio morir a su mujer una mañana del mes de agosto. Los dos tenían sobrinos que jugaban al ajedrez. Pero, ¿cómo pueden encontrarse en la Ciudad de Buenos Aires, entre tantos millones de habitantes, una anciana que camina de día y un anciano que camina de noche?

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El viejo titiritero y la Muerte.


Salió de su casa con el teatro al hombro. Iba silbando como todos los domingos y en el camino lo atajó la Muerte. Entonces, el titiritero sacó del bolsillo un títere casi tan viejo como él. Era el Anunciador. Lo calzó en la mano derecha —su acostumbrado cuerpo, su piel— y con la voz del Anunciador le dijo a la Muerte:
—Respetable señora, le ruego espere unos minutos. Él —y señaló al titiritero— jamás llegó tarde a hacer un espectáculo y quiere justificarse. ¿Comprende?
La Muerte dio un paso atrás.
El viejo titiritero guardó el títere en el bolsillo. Cruzó la calle. En la esquina había un teléfono público. Metió una moneda en la ranura, marcó un número y dijo:
—Habla el titiritero para disculparse. Hoy no puede hacer la función.
Volvió a cruzar la calle con el teatro al hombro. Sabía quién lo estaba esperando en la vereda de enfrente.

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Eso fue todo...  hasta la palabra siempre.

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